Nacidos para ser libres

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Foto: Juan Carlos Alom

Las islas siempre traen consigo un misticismo inevitable. Cuba es isla por todas partes, parece como si se multiplicara una isla en otra y en otra y en otra. Porque del mar nos viene la fé, aunque no el alimento. Nuestra virgen patrona no apareció en tierra firme como otras de las marianas latinoamericanas. Ella apareció por primera vez como una reina dorada emergida en el mar violento donde crecen los ojos de los huracanes. El mar apaciguado donde también el coral puebla los tesoros arrojados por bandidos hace siglos al arrecife. En estas aguas saladas nos sumergimos con la ilusión inconsciente del recuerdo tibio y líquido del vientre materno y en ellas también ofrendamos, y lavamos las heridas de batallas vencidas contra la hostilidad sin causa que nos acecha diariamente. Nos dejamos acunar por la línea del horizonte, inmóviles, dando espaldas a lo ordinario que puedan ser nuestros días. Como pilotes varados mirando a veces la ciudad de lejos. Nos encontramos devueltos  a la naturaleza originaria, aún cuando llegamos a los 90 años. El cuerpo descansa del peso de nuestras cabezas, guillotinadas por el oleaje. Permitimos que la sal alivie rencores y pérdidas levitando ardientes bajo el sol. El mar es nuestro territorio más libre y saludable. Durante nuestros momentos más difíciles los cubanos buscamos el mar, porque en él nacemos otra vez, libres.

Varias obras de esta serie se encuentran expuesta en el Pérez Art Museum Miami desde el pasado 9 de junio y hasta el próximo 10 de septiembre.

 

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